Cuando nos adentramos en el mundo del derecho penal, la primera sensación es de desconcierto. La ley, que supuestamente debería ser conocida por todos —"Ignorantia legis non excusat", reza el principio clásico—, suele ser un bosque espeso, donde las certezas se pierden rápidamente.

La ignorancia sobre estos interrogantes no es simplemente falta de información. Es también el eco de falsas creencias populares y frases hechas que repetimos muchas veces, sin pararnos a pensar o cuestionar, convirtiendo la ley en un rumor, una tradición deformada por los años y la subjetividad.

Una tarde cualquiera, en una charla de café, alguien sentencia: —Si no te denuncian en el momento, zafás. Y otro responde: —No, si te denuncian después de 24 horas, no sirve.

La realidad es mucho más compleja. Salvo contadísimas excepciones, los delitos no prescriben (dejan de ser perseguibles por el Estado) en veinticuatro horas. Algunos prescriben en años, incluso décadas. Otros, como los delitos de lesa humanidad, jamás prescriben.

Pero el mito persiste, como tantos otros.

Entre los "efectos Mandela" del derecho penal —esas creencias compartidas pero erróneas— encontramos algunos clásicos infalibles:

“Si un menor comete un delito, no pasa nada”

Por ahora, según nuestras leyes los menores de 16 años son inimputables, sí, pero eso no significa impunidad. El sistema penal juvenil prevé medidas socioeducativas, intervenciones estatales, y a veces restricciones a la libertad. La pregunta más profunda sería: ¿qué buscamos al castigar a un adolescente? ¿Reparar el daño? ¿Reeducarlo? ¿Excluirlo?

¿Cuánto sabemos sobre nuestras leyes? Un recorrido entre certezas, dudas y mitos sobre el derecho penal en la vida cotidiana

PH Infobae

“Si robás algo menor a cierta suma, no es delito”

El hurto existe, aunque el valor de lo sustraído sea bajo. La cuantía puede influir en la pena, o en la decisión de suspender el juicio a prueba, pero no en la existencia del delito. Pero el contexto, las circunstancias, incluso la personalidad del autor, pesan. La aplicación de la ley, en definitiva, no es una receta matemática sino una tarea artesanal, hecha de matices.

“Si alguien entra a mi casa, lo puedo acribillar, es legítima defensa”

La legítima defensa es un derecho, pero no es un cheque en blanco. Exige tres condiciones: agresión ilegítima, racionalidad en el medio empleado para defenderse y falta de provocación. Matar a quien ya ha sido reducido no es legítima defensa: es homicidio.

“El que es inocente no tiene nada para esconder. Si te acusan de un delito y no declarás es que algo escondés”

Todo ciudadano imputado de un delito tiene derecho a no declarar, a guardar silencio, y esto no puede ser utilizado en su contra. Es un principio básico de todo proceso penal justo.

Para ilustrar este derecho, un profesor que tuve en la facultad nos decía: “¿Saben por qué cuando se dicta una sentencia penal se declara a la persona culpable o no culpable? Porque toda persona es inocente hasta que se demuestra lo contrario. El Estado no puede declarar que una persona es inocente luego de un juicio, porque esa persona ya lo era; lo único que puede hacer es dictaminar si pudieron demostrar o no que era culpable”.

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“Si denuncio un hecho y después me arrepiento, puedo retirar la denuncia y todo desaparece”

En los delitos de acción pública —que son la mayoría—, el proceso continúa aun contra la voluntad de quien denuncia. No se trata de un litigio entre particulares, sino de un interés de la sociedad toda. El Estado “expropia” el conflicto entre las personas, para evitar que hagamos justicia por mano propia, este es uno de los principales fundamentos de la existencia del derecho penal.

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Algunos debates atraviesan el derecho penal contemporáneo como heridas abiertas

¿Debe el sistema penal ser más severo? ¿Endurecer penas reduce el delito? ¿O alimenta un círculo vicioso de exclusión?

¿Deberíamos castigar más, o prevenir mejor?

¿Son las cárceles espacios de reinserción o de castigo puro? Y si no lo son, ¿hasta donde estamos dispuestos como sociedad a que el Estado invierta en cárceles dignas cuando no tenemos rutas, hospitales ni servicios públicos decentes?

¿Qué hacemos con los discursos de odio, con las fake news que terminan en violencia? ¿Deben ser penados? ¿Hasta dónde llega la libertad de expresión?

Quien escribe tiene más dudas que certezas, y creo que, en el contexto que vivimos, donde todo es inmediato, tajante y autoritario, abrir espacios de reflexión es fundamental para no caer en la violencia discursiva dominante que hoy gobierna.

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Foto ilustrativa. Chequeado.com

Y también:

¿Qué papel juega el derecho penal en tiempos de desigualdad estructural? ¿Somos todos igualmente libres de "cumplir la ley" cuando las condiciones de vida son tan desiguales? ¿Es lo mismo que cometa un robo una persona que muere de hambre que una que tiene mucho dinero?

Detrás de cada una de estas preguntas late una verdad más profunda: el derecho penal no es sólo un conjunto de reglas que nos impone el Estado. Es, también, un espejo de las tensiones, los miedos y los valores de nuestra sociedad. Lo que decidimos castigar —y cómo— dice mucho de nosotros.

¿Qué entendemos por justicia?

¿Queremos un sistema que se limite a castigar al culpable? ¿O uno que también repare a la víctima, que busque transformar el conflicto social que late detrás de cada delito?

Hay una paradoja inevitable: vivimos rodeados de normas, pero conocemos muy pocas. A menudo imaginamos que la ley es un territorio de especialistas, inaccesible, plagado de palabras crípticas. No siempre lo es.

La ley nos pertenece. Nos atraviesa.

Saber de derecho penal —aunque sea lo básico— no es sólo una herramienta de defensa, sino un acto de participación ciudadana. Nos permite protegernos, sí, pero también construir un debate público más justo, más real, menos manipulado por slogans de ocasión.

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Conocer las leyes, el lenguaje a través del cual habla nuestro Estado, es más que acumular información: es un profundo acto ciudadano y democrático. Necesitamos volver a abrir espacios de debate y discusión que nos permitan repensarnos como sociedad. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué queremos? ¿Cuáles son nuestros límites morales?

El riesgo de la deshumanización con el cual nos asedia el presente es muy alto, y no hundirnos en la ignorancia y la pasividad, quizás, sea un ejercicio útil para que el futuro no sea aún peor de lo que se vislumbra.