Por Milagros Nores

No hay porqué encasillarla en un género, pide Leila Cherro. Es violonchelista y le gusta decir que hace género canción. Su música va fluyendo, te atraviesa o no te atraviesa, es simple. "Los cuerdistas estamos más creativos ahora. La letra y la música te llevan a una emoción y una reflexión que uno puede identificar con rasgos de distintos géneros" describe.

Su propuesta es ella, su chelo electroacústico y las capas musicales que logra con la pedalera. Vive en Trevelin, recorre escenarios intimistas, colabora con distintos artistas y compone. Desde que sus cuerdas sintonizaron con el aire de la cordillera, parece que vibraron más fuerte y hoy Leila está trascendiendo su historia como chelista de Lisandro Aristimuño, el músico más conocido de todos los que acompañó, que no son pocos.

Hoy, en modo pandemia y lejos de Buenos Aires, ese gran ombligo que durante toda su vida la cobijó y le dio todas las posibilidades musicales, Leila está explorando su mejor versión: la propia, con un instrumento que históricamente fue una compañía y hoy en sus manos toma fuerte protagonismo. Lleva dos discos grabados, uno en Mendoza y otro en Brasil. Desde la cordillera, crea sonidos con su nueva banda de mujeres amigas y sigue brindando talleres musicales a niños y adolescentes.

Leila Cherro: “Hay infinitas posibilidades en el chelo”
Concierto de Aristimuño con participación de Ruiz Díaz
Leila Cherro: “Hay infinitas posibilidades en el chelo”
Leila Cherro y el grupo Páramo

"Trevelin me fue atrapando. La venida de mi amiga Paz (Misurelli, creadora de Arcos al Sur) me fue trayendo hacia acá. Estudiábamos juntas en Buenos Aires. Con el pasar de los años ella empezó a armar la escuela y no tenía a nadie que diera chelo, entonces me invitaba a venir. Venía una semana y daba un montón de talleres, paseaba un poco, así fui conociendo".

EQS—El chelo se ve poco en el centro de la escena en la música moderna o más popular. ¿Cómo fue tu formación en este instrumento?

Leila—De muy chica tuve la suerte de hacer talleres de música donde podías tocar muchos instrumentos. Fue una experiencia que me marcó mucho, un espacio creativo y muy libre. La maestra traía Popotitos o El 38, por ejemplo y los aprendíamos sin distinción de instrumento. Tuve la posibilidad de meterme con el rock nacional, que me acompañó muchísimos años. En ese momento para mí era una contradicción porque el chelo me gustaba, pero todo lo que se estudiaba era del 1700 y lo sigue siendo. Siempre está la idea clásica del conservatorio pero si vos querés estudiar profundamente un instrumento está bueno hacerlo en una formación más intensiva. Cuando llegué a los 12 o 13 años empecé a estudiar un poco más en serio. El chelo tiene muchas posibilidades, lo solemos encontrar en orquesta, en el rol de los graves pero se puede hacer sonar como guitarra para cantar, hacer melodías, o como bajo.

Leila Cherro: “Hay infinitas posibilidades en el chelo”
Foto-Raquel Jazmin

Uno de los maestros con los que me formé es un musicazo: el Gato Urbansky, que tocó en la Camerata Bariloche. Él hace cualquier tipo de música y compone sus temas. El gato tenía un método ya más moderno y laburaba con composiciones propias. No sé si era "un estilo" lo que nos enseñaba pero me transmitió que se podía hacer música con cualquier tipo de instrumento, que hay que renovarla y crearla.

—¿En qué momento entendiste que el chelo podía ser un modo de vida y empezaste a trabajar de la música? 

A nivel laboral tuve la posibilidad de trabajar de la música desde muy joven. Empecé dando clases. Hasta los 22-23 estudié muchas horas. Tenía un amigo chelista con el que íbamos a trabajar al subte todas las mañanas a la parada Congreso de Tucumán. Teníamos un repertorio recontra ensayado. Llegábamos a las siete y nos volvíamos a las 11. Él tenía hijos y se hacía sus mangos y había que tomarlo con mucha seriedad. Esa posibilidad que te da la música en ese momento que sos joven...en el subte te sacás la vergüenza, madurás por tocar en vivo y pasás de hacer escalas en tu cuarto al mundo. Te empiezan a conocer y te pasan cosas.

En un momento empecé a tocar con un montón de cantautores y grupos. Tuve la suerte de ver y conectarme con una camada de músicos que hacían grandes canciones. Un circuito donde estaban Federico Falcón, de Páramo, Lisandro Aristimuño, Tomi Lebrero, Lucio Mantel, Gabo Ferro, Coiffeur, el Gnomo, los chicos de Onda Vaga. Toqué también con Teresa Usandivaras, con su grupo de música latinoamericana.

El llamado del sur y el crecimiento profesional 

"A eso de los 24 años le digo a mi amiga Paz (Misurelli) que me parecía que me quería venir a vivir a Trevelin. Estuve dando ahí unos talleres y cuando me vuelvo a Buenos Aires me empiezan a salir proyectos musicales de todo tipo. Empiezo a tocar con Falcón en Páramo, ahí tocaba también Lisandro Aristimuño el bajo, pero de onda. No era conocido en ese momento, él estaba por su segundo disco. Al tiempito me convoca Lisandro y seguí con él. Empecé a ver todo el proceso de crecimiento. De tocar en un lugar para 80 personas que de repente se llenaba; después, poníamos una fecha en La Trastienda y boom, lleno. Se fue haciendo ese camino de reconocimiento. Con Lisandro tuvimos mucha química musical, estuve en su grupo desde el 2005 al 2015.  El último disco en el que participé fue Mundo Anfibio. Ahí es donde nos llaman para hacer el programa: "Encuentro en el Estudio" que fue muy especial para todos.

Disfruté mucho todas esas posibilidades de hacer música, pero fuera de eso era difícil el nivel de compromiso que exigían las giras, los viajes, las cosas internas que hay en toda agrupación y además, no era un proyecto propio. 

—¿Cuándo decidiste que ya era hora de venirte a la Patagonia?

En 2015 empecé a sentir que tenía que animarme a dejar todo. Era consciente de lo que dejaba. En el 2016 me vine en febrero acá a Trevelin y sabía que tenía una gira a mitad de año. Me dije que por ahí venía a probar unos meses cómo era. Era muy consciente de que si dejaba ese proyecto con Aristimuño me iba a resultar muy difícil quedarme en Buenos Aires. Había significado tanto en mi vida a todo nivel, que necesitaba despegarme. Es muy fuerte en tu vida integrar tantos años un grupo. Entonces pensé, ´si dejo, me voy a hacer un viaje largo o ya me quedo en Trevelin´.

También se dio que en Trevelin lo conocí a Santiago, mi pareja. Él hace bioconstrucción. Fue un flechazo. Nos fuimos conociendo y en septiembre terminé de venirme, después terminamos conviviendo. Fue un momento de atravesar todo ese duelo de lo que dejé, porque solté también otros proyectos. Ahí empecé a componer canciones. La música te acompaña todo el tiempo, pero cuando estás mal, mejor, porque te ayuda a elaborar y expresar muchas más cosas.

—Tuviste o tenés gran participación en Arcos al Sur, la escuela de cuerdas de Trevelin. 

Paz es la fundadora y Arcos es una muy linda propuesta. Tengo una participación hoy más musical. Otros años fui coordinadora. Este año, pudimos hacer poco, pero organicé talleres de chelo y de música, con esa idea que tomé de esos talleres de cuando era chica. Se lograron cosas lindas con los grupos. Con la banda los Orgánicos Telepáticas, son chicos del taller de música "la cuerda rota". Son amigos entre ellos, empezaron en verano, con mucho entusiasmo. Tienen actitud, quieren grabar, tocar, ser famosos, hacer sus canciones. Es muy fuerte lo que les pasa y eso no se da siempre.

—¿Cómo vivís la experiencia de usar una loopera y armar una propuesta musical más solista?

Yo me siento igual como de una generación donde se están metiendo en eso. Me han escrito algunos para saber qué uso y yo lo abro y lo comparto, porque me parece interesante para romper la estructura y que el chelo deje ese lado clásico. Primero fue el chelo electroacústico después me compré la loopera y me di cuenta de todo lo que podía hacerse. Al principio estaba buenísima como herramienta de trabajo. Yo ya tenía algún pedal para sonar en vivo, para tocar y grabar. Pero para estudiar me armaba una base de dos acordes muy simple y jugaba. Te graba re bien y no solo es para el vivo, sirve para jugar y componer. La empecé a usar mucho cuando me vine a vivir a Trevelin. Ahí vino más la etapa de componer mis canciones. Pude hacer música sola, armando algo así como un dúo o trío de chelos. Y no me sentía tan sola creando.