Ser periodista en la Argentina de hoy es mucho más que un trabajo. Es un oficio que sostiene el derecho a la verdad frente a los intentos de silenciarla. 

En un escenario atravesado por discursos de odio, crisis de sostenibilidad, desinformación y estigmatización desde las más altas esferas del poder, ejercer el periodismo se vuelve un acto de coraje cotidiano. Y sin embargo, es justamente hoy cuando más lo necesitamos.

La tarea de informar, verificar, contextualizar y jerarquizar nunca fue sencilla. Pero ahora se ejerce en un contexto donde las presiones se multiplican y las garantías se erosionan. Los ataques a la libertad de expresión ya no son episodios aislados: el trabajo sostenido del Monitoreo de FOPEA muestra que se han vuelto prácticas sistemáticas. Desde el corazón del poder político, se instala un discurso que no busca debatir ideas, sino desacreditar al periodismo como actor legítimo del sistema democrático.

Ser periodista hoy es elegir no callar
Gaceta CCH - UNAM

Esa ofensiva, acompañada de una milicia digital que amplifica agravios y etiquetas, ubica al periodista como enemigo. Como si contar lo que sucede fuera un acto subversivo. Como si revelar contradicciones del poder fuera motivo suficiente para ser blanco de insultos, amenazas o persecución judicial.

Pero tan preocupante como la agresividad explícita es el silencio que la rodea. Son escasas —cuando no ausentes— las voces políticas, académicas o institucionales que advierten sobre este deterioro. Y el silencio, en estos tiempos, no es neutral: es complicidad. Como fue señalado hace unos días en la Academia de Periodismo, los “conversos” de la política también tiene responsabilidad directa.

Al mismo tiempo, el ecosistema mediático atraviesa una crisis estructural. La sostenibilidad de los medios está en jaque: el modelo tradicional se desmorona sin reemplazos sólidos, y los ingresos publicitarios se orientan a contenidos de alta rotación, pero bajo compromiso informativo. La precarización afecta el bolsillo, sí, pero también los tiempos, los equipos y las condiciones necesarias para producir información de calidad. La mayor parte de los periodistas trabajan en más de un empleo, sin margen para la investigación, sin pausa para la reflexión.

En ese contexto, el riesgo de caer en fórmulas fáciles es alto: copiar y pegar, tercerizar el criterio en la inteligencia artificial, hacer periodismo algorítmico sin contacto con la realidad. Pero también crece la necesidad de hacer exactamente lo contrario: volver al oficio con rigor, con preguntas propias, con compromiso público.

Ser periodista hoy es elegir no callar
LMCipolletti

Porque pese a todo, es el periodismo el que —una y otra vez— devela aquello que el poder quiere mantener oculto. Son las investigaciones independientes, muchas veces desde redacciones pequeñas o medios emergentes, las que revelan tramas de corrupción, injusticias o abusos que de otro modo quedarían en la sombra. Y eso, en una democracia, no es un lujo. Es esencial.

El periodismo puede —y debe— ser una herramienta para reconstruir el debate público dañado. Pero necesita condiciones: un Estado que no vea en la prensa una amenaza, una ciudadanía que valore la información rigurosa, medios que asuman su responsabilidad sin dobleces, y periodistas dispuestos a seguir haciendo preguntas aun cuando todo invite a callar.

En las regiones más golpeadas por los desiertos informativos, donde las voces locales se reducen o dependen enteramente de la pauta oficial, la situación es todavía más crítica. Allí, la estigmatización no solo vulnera derechos individuales, sino que deja a comunidades enteras sin información confiable sobre su entorno: sin saber qué pasa con la salud, la educación, la justicia. Y cuando el silencio se impone como norma, el poder de turno —sea cual sea su color político— opera sin preguntas.

Frente a eso, el desafío es enorme. Pero también lo es la convicción que nos une: el periodismo no puede renunciar a su función crítica, su rol ético y su compromiso con lo público. Informar con honestidad no es solo una tarea profesional. Es un acto de defensa democrática.

Hoy, en el Día del Periodista, no celebramos un oficio idealizado. Estamos realizando un  trabajo tensionado, a veces desgastante, pero profundamente necesario. 

Porque si cada vez es más difícil ser periodista también —y por eso mismo— resulta cada vez es más necesario.