Por Milagros Nores/ Producción audiovisual: Juan Balestra

Feliz día del maestro, Mariuccia.

Si 65 años de docencia no es amor, qué más podría ser. Y eso que María Antonietta Callegaro tuvo que ser maestra porque "no había otra opción", pero ella afirma que volvería a elegir esta profesión una y otra vez, con el mismo entusiasmo y dedicación. "No puedo estar sin enseñar" reflexiona.

Su historia es la de una niña italiana de 9 años a la que le "regalaron una escuela" para que dejara de llorar. En esa escuela, la ex 20 (76), cursó la primaria y luego hizo carrera.  Se jubiló a los 44 años como vice directora, pero nunca dejó de dar clases particulares y Catequesis en la sala de su casa de la calle Sáenz Peña.

Mariuccia es arrolladora. Ella sabe que tiene fama de gritona y exigente y en todas sus anécdotas están presentes con humor estos rasgos de su personalidad. Ha dejado y sigue dejando imborrables recuerdos en sus alumnos, que le devuelven su afecto de infinitas maneras.

Mariuccia Callegaro: La vigencia de una maestra que sabe inspirar

Por Juan Balestra

EQS —¿La docencia fue un mandato familiar?

MC —No. Ser maestra era lo único que se podía hacer acá. Yo le decía a papá, en mi tercer año de secundaria: 'quiero ser empleada doméstica', porque me encantaba lustrar, limpiar... Él me respondió: "vos recibite de maestra y después vas a poder ser empleada doméstica". Entonces acepté. Empecé a ejercer en la escuela 76, que había sido mi escuela primaria. Todavía me acuerdo el primer día de clases cuando llegamos a Esquel. Me recibió la señora María Luisa Pieruzzini, la directora de ese momento. Me dijo en perfecto italiano: "¿por qué llorás?" Yo le contesté también en italiano: "porque no quiero entrar ahí". "Es una escuela, es mía, y yo te la regalo a vos" me dijo. Entré porque ella me la regaló y ahí me quedé.

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Por Juan Balestra

EQS —¿Cómo vino tu familia de Italia a Esquel?

MC —Llegamos de Milán cuando tenía unos 9 años. Papá trabajaba en la fábrica de aviones Caproni, era técnico en armado de motores. Se vinieron unos catorce para armar un hangar en Tristán Suárez, en Buenos Aires. Ahí, surgió Esquel por un amigo de papá, Armando, que se había enamorado perdidamente de una mujer, Rita, pero ella lo dejó. Entonces él se emborrachó, se subió al tren y dijo "hasta la última estación". Así llegó a Esquel y nos enteramos que existía. Nosotros nos íbamos a volver en dos años a Italia. Un día mamá dice "antes de ir a Italia vamos para el Sur". Nosotros con mi hermana quedamos con un primo de papá, Fernando, en Coghlan. Papá y mamá se quedaron quince días conociendo Chubut. Cuando volvieron a Buenos Aires, vimos que papá se puso a llorar como loco, mi tía lloraba, nunca había visto llorar así a mamá: el tío se había jugado toda la plata que papá le había dejado para que cuidara. No pudimos volvernos a Italia. Así nos vinimos a Esquel y papá empezó a trabajar. En aviación estaba Bui, que era italiano y papá se ofreció para arreglar motores, pero hacía de todo. Parábamos en el Hotel Argentino, frente a la escuela 20, y papá me decía, "a esa escuela vas a ir vos, Mariuccia", pero yo le decía que no, que yo iba a ir en Italia. No entendía por qué no nos volvíamos. Así fue que nos quedamos, hice el magisterio y me recibí de maestra.

EQS —¿Cómo era la docencia en esos años? 

MC —El otro día me mandaron una fotografía de cuando nos recibimos en el año ´59 y me puse a llorar. Era muy chica, tenía 16 años. En ese momento no quisieron que me fuera a Buenos Aires, no era tan fácil en esa época. Me acuerdo que nos dividíamos los chicos con las maestras y los más terribles me los dejaban a mí. Yo era muy exigente, muy gritona, entonces los chicos me tenían un miedo terrible. Pero pobre del que me retara a mis chicos. Los míos eran míos. Tocábamos dos timbres: uno para que los chicos se quedaran quietos, el segundo para entrar al aula en silencio. Los maestros pasábamos más tiempo con ellos. Los hacíamos lavar, limpiar en la escuela, yo enceraba... Mi marido me decía, "vas toda pintadita y arreglada a la escuela y llegás toda desarmada" y era así. En 28 años me cambié el guardapolvo todos los días. Amaba lo que hacía. Estaba orgullosa de ser maestra.

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EQS — ¿Cómo analizás la educación de esta época?    

MC —Yo veo que cada vez saben menos los chicos. En mi caso siempre fui muy exigente, quise que ellos supieran que el "saber" era un valor. Cuando vienen me gusta que aprendan con ejemplos que les queden, que se los acuerden. Hoy hay muchas cosas diferentes. Los chicos no forman con su maestra, cuando entrás a las escuelas hay un bochinche tremendo. Los veo arrastrándose en el piso, con las mochilas tiradas en los recreos. Los dejan más ser como son, no sé si es mejor. Hoy con la pandemia los veo tristes, ellos quieren ir a la escuela. Perdieron la continuidad.

EQS—¿Qué es lo mejor que te da la docencia?

MC —Todo. Si vuelvo a nacer vuelvo a ser maestra. Un buen docente para mí tiene que amar a los niños por sobre todas las cosas, pero no por eso no retarlos. Yo fui gritona pero nunca hice perder tiempo a un chico y ellos lo valoran. Me acuerdo de un alumno que trajo una familia muy amiga. Tenía seis años y el padre me dice que tenía problemas para aprender en la escuela. Ese primer día le lavé las manos, la cara, lo senté y conmigo aprendió a leer y escribir. Lo tuve toda la primaria y toda la secundaria. Cuando se recibió de abogado les pidió a sus papás que me pagaran el pasaje para que le entregara el título. Yo ya sabía que se había recibido antes que sus padres.