Adiós a las cartas: El oficio de cartero en la era del whatsapp
Los carteros más antiguos de Esquel rescatan la época dorada del oficio, cuando eran esperados. Tiempo no tan lejano de cartas, postales y estampillas.
Los carteros y mensajeros del Correo Argentino son tan antiguos como la llegada del telégrafo a Esquel. Durante décadas concentraron la responsabilidad de ser la única comunicación a distancia para los pobladores de la dilatada Patagonia. Su presencia era valorada y esperada con los brazos abiertos. Siguen vigentes, pero su servicio más antiguo, las cartas, están al borde de la extinción.
Dueños del tiempo, de su tardanza a pie, a caballo o en bicicleta dependía la comunicación más elemental. En cada rincón de la meseta o la cordillera, su llegada habrá hecho saltar el pecho a más de uno. Que si se murió la abuela, que si llegó el tren, que si todavía hay amor, que si hay trabajo.
"Hoy qué nos van a esperar, si pueden nos tiran los perros" lanza con humor Eduardo Gibbon, el cartero más antiguo en actividad y conocido por todos los vecinos de Esquel. Un contraste con las nuevas generaciones de carteros, que ni perciben la falta de contacto que tanto extraña Gibbon después de entregar religiosamente durante 45 años, buenas y malas nuevas en todos los barrios de la ciudad. Hace poco se reincorporó y espera pacientemente el día que lo dejen salir a hacer su última ronda antes de jubilarse. Con la pandemia estuvo parado un año y medio. "Yo siempre digo que mi vida es la calle".
Así, mientras los empleados más antiguos evocan con nostalgia las épocas de gloria en que era bienvenidos en las casas, el correo se rindió al inexorable avance del WhatsApp y simplificó su servicio en cartas de organismos del Estado, servicios bancarios, telegramas y distribución de paquetería.
Mario Paredes, gerente de la sucursal de Esquel, miembro de una familia "del correo" como se llaman entre quienes se criaron prácticamente dentro de la institución y heredaron el oficio de sus mayores, fue testigo de la transformación tecnológica y cómo cayeron lentamente en desuso los productos históricos del correo como la carta, las estampillas y la filatelia, los giros postales, las postales del otro lado del mundo o las casillas de correo. Se modificó enteramente el contacto cotidiano con los clientes que llegaban hasta el mostrador con la necesidad de enviar un mensaje a sus seres queridos.
Adiós al romanticismo. "El Correo perdió mucho su parte postal. Era tan lindo antes cuando nos íbamos de vacaciones y recibíamos las cartas de la familia o los amigos. Ahora todo está acelerado" se resigna Mario, que tiene por delante unos tres o cuatro años para jubilarse pero sigue amando su trabajo, a pesar de los profundos cambios en la comunicación.
"Cuando yo ingresé en 1977 había un promedio de 40 empleados. El trabajo era mucho. Hoy somos 14" señala. De casi 300 telegramas que se entregaban por mes, apenas llegamos a 30". Un número similar de casillas de correo, unas 247, hoy se reducen a 15. Las encomiendas también bajaron drásticamente debido a que el transporte de colectivos va directo a los pueblos. Otro servicio al que se volcó el Correo es a la distribución de las compras por plataformas online como Mercado Libre.
Los carteros en tiempos del morse
El Correo de Esquel nació con la ciudad y la llegada del Telégrafo y fue anterior a la electricidad. A principios de siglo XX era, junto con la policía, el único servicio público del pueblo. De acuerdo a datos recogidos por el Museo Histórico de Esquel, en 1920 la comisión de Dirección General de Tierras informaba a su paso por la ciudad que "el servicio telegráfico funcionaba regularmente pero el servicio de correspondencia es deficiente" por los problemas y retrasos que se producían en invierno, ya que el pueblo quedaba prácticamente incomunicado durante largo tiempo por los efectos de las abundantes lluvias, las crecidas de los ríos y arroyos y el transporte ineficiente. A modo de ejemplo, agregaban que los diarios de la Capital "llegan con hasta un mes de retraso".
En las épocas del telégrafo, el papá de Mario, Belarmino Paredes era el guardahilos de la zona de Cholila, Leleque, Epuyén, El Hoyo, El Maitén. Mario recuerda cómo despedía de pequeño a su papá cuando salía a caballo antes del amanecer, y lo veía desaparecer en la nieve generalmente durante una semana. "Se hacía la línea del telégrafo a caballo. Los animales eran del correo, los cuidaban y alimentaban con lo mejor. También iba un pilchero con las herramientas a tiro" recuerda. Se trataba de la misma línea que tenía el ferrocarril. La tarea del guardahilos era ver dónde se había cortado la comunicación y repararla. "Papá salía recorriendo puestos de estancias, se iba quedando en todos lados, tenía las llaves de las tranqueras. En ese clima, siempre estábamos pendientes al teléfono porque sabíamos que cuando sonaba la chicharra era él que nos decía dónde estaba".
Mario comenzó su carrera en el correo de Esquel con 15 años, como mensajero. "Yo estaba en la escuela pero no quería estudiar mucho así que papá me dijo que tenía que trabajar". Belarmino ingresaba media hora antes que Mario pero lo llevaba a las 6.30 de la mañana. "Me sentaba en un banquito de madera y me quedaba dormido hasta que llegaba el personal de mi sector. Por eso me acostumbré y hasta el día de hoy me gusta llegar temprano".
Una de las cosas que más se le grabó es la habilidad de los cuatro telegrafistas que estaban en esa época en el piso superior, "A lo mejor te estaban hablando a vos al mismo tiempo que estaban escribiendo el punto-raya a una velocidad increíble. Eran geniales, el único problema era que quedaban sordos porque los ruidos eran muy fuertes". A poco de ingresar aprendió lo elemental del telégrafo, pero pronto el sistema pasó al teletipo.
El mensajero enviaba telegramas y el cartero correspondencia. "Hoy te saludan por celular pero antes los telegramas eran para día del padre, de la madre, las fiestas, eran choclos de telegramas. Salíamos cada uno con cien telegramas a pie o en bicicleta y cuando volvíamos nos encontrábamos con todos los nuevos que habían llegado". Mario recuerda la alegría de la gente al recibirlos como también el momento de dar malas noticias como la pérdida de un familiar, "Cuando era muy chico recuerdo esa fea sensación porque nosotros sabíamos lo que decía el telegrama".
Su trabajo le permitía conocer palmo a palmo la fisonomía de Esquel, mucho más pequeño en población y con varias zonas de chacras, por lo que los apellidos y ocupaciones eran más fáciles de recordar. "En calle Fontana, donde está hoy la estación de servicio era para atrás todo campo, sauces, pasaban los arroyos, por acá en el Correo también. Desde acá se veía la Buitrera, en invierno tenía una cascada grande que caía todo el día, era muy linda. Se armaba una laguna grande y el agua corría para el arroyo Esquel". También tiene en la memoria cómo el correo tenía destinados dos vagones completos de La Trochita, que era la vía por donde tantos años llegó la correspondencia dentro de las sacas del correo. En un tercer vagón viajaba el estafetero que se encargaba de recibir y despachar los sacos.
"De los buenos recuerdos que tengo es que antes cuando andabas en invierno la gente te atendía bien. En épocas de frío te hacían pasar, te invitaban un té o un cafecito. En las fiestas te regalaban un pan dulce y si hacías un buen servicio te agradecían, había confianza con las familias. En mi infancia recuerdo lo atentos que eran todos. Todos andábamos bien, tranquilos" valora.
Mario acompañó los cambios tecnológicos, desde el e-mail al nacimiento de la mensajería instantánea y del trabajo a mano a la reducción de empleados por la digitalización. Además, recuerda como un hobby de otras épocas la filatelia. Había en Esquel unos cuatro o cinco coleccionistas de estampillas que ya no están. "Ellos recibían un sobre que traía la fecha en que iba a salir cada estampilla por mes. A la mañana siguiente los tenías acá preguntando si había llegado. Hoy directamente entran al Correo Argentino y las encargan. Nosotros acá tenemos algunas pero las enviamos a los pueblos más chicos que todavía despachan con estampillas. De todos modos algunas personas mayores vienen al mostrador y te preguntan por las estampillas para poner en la carta. Los extranjeros también se interesan y nos piden sacarles fotos".
Otro recuerdo de Mario es la peculiar forma de ahorrar que ofrecía el correo, con las estampillas. "Cuando nosotros éramos chicos yo tenía la libreta de caja de ahorro postal. Si vos querías ahorrar plata, había una libretita que ibas comprando estampillas en distintos valores y las pegabas. Eso era como tener una caja de crédito, donde ibas contando la plata que tenías y cuando salías de vacaciones la llevabas. Si necesitabas efectivo ibas al correo y pedías un valor, que te descontaban de cada estampilla".
Para Mario, el trabajo del correo era una aspiración en las familias y daba buena estabilidad económica. "Se vivía bien en ese tiempo".
Eduardo Gibbon, el cartero más antiguo
Después de una vida de servicio en la calle, el cartero más antiguo que hoy sigue en el Correo se emociona cuando repasa los kilómetros recorridos. "Toda la vida dedicado a esto, con frío, andando de noche, con nieve, cuando reventó el volcán... siempre lo viví con mucha responsabilidad. Hoy veo que mucha gente ya no le da pelota a la correspondencia, no les importa que se venzan las cosas".
Entre sus momentos de más trabajo viaja a los años ´70 cuando iban regularmente al Ejército a llevar la correspondencia a los 600 soldaditos que venían de todas partes del país. "Llegaban muchas cartas y ellos las esperaban". También los tiempos de la Represa Futaleufú, que trajo cientos de trabajadores.
Otras veces, el trabajo tenía sus complicaciones. "Me atajaban las mujeres en la calle para que les entregara las cartas en mano porque no querían que se enterara el marido. Y una vez, un hombre me había pedido lo mismo y con la cantidad de cartas que llegaban me olvidé y le entregué la carta a la esposa. Cuando lo veo al tiempo le pregunto cómo está y me dice "¡cómo querés que esté!" Lo habían echado de la casa porque la mujer leyó la carta de la amante.
La vinculación con los vecinos era fuerte. "No podía terminar el reparto a las dos de la tarde, lo terminaba a las cinco de tanto hacer relaciones públicas con la gente. Es linda la vida de cartero, no me puedo quejar".
Imagen de tapa e interiores: Juan Balestra
Agradecimiento: Marita Saez, del Museo Histórico