El 2 de mayo de 2008, el volcán Chaitén, ubicado en la Región de Los Lagos, en Chile, entró en erupción. Lo que parecía un fenómeno lejano se convirtió, en cuestión de horas, en parte de la vida cotidiana de Esquel y toda la región.

Una densa nube de ceniza volcánica cruzó los más de 200 kilómetros que separan Chaitén de Esquel, cubriendo con su sombra a todas las localidades del trayecto. El cielo se volvió gris, el aire se volvió espeso y la vida se detuvo por unos días.

Mientras en el lado chileno las comunas de Chaitén y Futaleufú eran evacuadas tras la destrucción causada por la erupción y el desborde del río, en Chubut la tierra tembló con un sismo de 5 grados en la escala de Richter, con epicentro cerca de Leleque. Se sintió en Esquel, Trevelin y el Parque Nacional Los Alerces, aunque afortunadamente no hubo heridos.

Volcán Chaitén: 17 años de aquel día en que el cielo se volvió gris

Ese día, el sol desapareció tras la nube volcánica. Las calles se vaciaron, se suspendieron las clases, se cerró el aeropuerto y las rutas permanecieron abiertas solo gracias al riego constante que evitaba levantar más ceniza. El gobernador Mario Das Neves se hizo presente en Esquel y activó el protocolo de emergencia.

Desde el Hospital Zonal se implementaron planes de contingencia: se repartieron barbijos y colirios para evitar los efectos de la ceniza en ojos y vías respiratorias. También se acopió agua ante una posible nueva erupción. Defensa Civil informó que, para las seis de la tarde, la mitad de Chubut estaba cubierta de ceniza. Incluso en Comodoro Rivadavia ya se divisaba la nube.

Volcán Chaitén: 17 años de aquel día en que el cielo se volvió gris

Puertas selladas con cinta, barbijos caseros y un silencio espeso marcaron esos días. Las familias se resguardaban en sus casas y miraban al cielo con incertidumbre. El Gobierno Nacional envió un avión Hércules con medicamentos para distribuir en toda la comarca.

Fue un antes y un después. La región tomó conciencia de que la actividad volcánica no era una rareza ajena, sino una posibilidad concreta. Aprendimos sobre sismos, sobre prevención y sobre la fuerza imprevista de la naturaleza.

Y también vimos la resiliencia. Del otro lado de la cordillera, comunidades enteras que lo habían perdido todo comenzaron de nuevo. Una lección de vida que, a 17 años, aún conmueve.