El homicidio preterintencional se verifica cuando el agresor actúa con una intención y finalmente el hecho concluye en otro situación  que no es la que  buscaba.

Puede ser cuando se genera la intención de provocar lesiones a otra persona, con un medio idóneo para ello, pero finalmente le provoca la muerte.

Así, se tiene en cuenta la intención -que no es la de matar- y el medio -que no debía razonablemente ocasionar la muerte-.

El ejemplo clásico: una persona le pega a otra con la intención de causarle un daño físico. La víctima se cae producto de ese golpe y muere porque su cabeza pega contra el cordón de la vereda. El agresor sería responsable de un homicidio preterintencional porque no tuvo la intención de asesinar, y, a la vez, porque el golpe en sí mismo no tenía la entidad para provocar la muerte.

El homicidio preterintencional conlleva una pena de tres a seis años de prisión. Está "en el medio" entre el homicidio simple (de 8 a 25 años de prisión) y el  homicidio culposo (seis meses a cinco años).